Probablemente uno de los valores de la arquitectura más arraigado en nostros es la honestidad. Los arquitectos que postularon los principios de la modernidad enfatizaron en "la lucha por un diseño nuevo y audaz, por la honestidad en el uso de los materiales y por la verdad." (Hirdina, 1926; en Heynen, 1999: 45). Mucho antes aún, ya se hablaba de la bondad, la verdad y la belleza como una triada indisoluble que servía de marco tanto para la producción como para la crítica arquitectónica.
¿Hasta que punto podemos hablar entonces de honestidad (o la verdad) en la arquitectura? Esta idea tiene una serie de connotaciones que van desde lo constructivo hasta lo ético, pasando, por supuesto, por lo formal.
Los materiales, por ejemplo, deben utilizarse considerando sus características intrínsecas y las posibilidades que éstas ofrecen. Recuerdo una de las primeras lecciones "al paso" de arquitectura, cuando era niña. En una casa, aún en obra, se había colocado unas viguetas prefabricadas de concreto armado y los futuros habitantes no decidían qué "acabado" darle. Yo sugerí pintarlas para que parecieran de madera (mi casa tenía vigas de madera) y la arquitecta de turno casi me come viva: "Nunca pintes algo para que parezca otra cosa".
Pero entremos ahora al punto de vista formal. Se podría decir que la honestidad en la arquitectura, consiste en hacer que el edificio sea aquello que supone ser: un cine debe parecer un cine, una agencia bancaria debe parecer una agencia bancaria. Pero, ¿cómo se ve un cine? ¿cómo supone ser una agencia bancaria?
Palacio de Justicia, Lima (images.travelpod.com) |
Durante el predominio estilístico de los "neos" (Neoclásico, Neobarroco, Neogótico) las cosas estaban más claras. Si había que diseñar una corte de justicia, uno se sumergía en la historia de la humanidad y llegaba a la conclusión que la civilización romana había sido la precursora del derecho moderno. Entonces, una corte de justicia debía ser Neoclásica, es decir, debía hacernos pensar en el arquetipo del derecho, en Roma antigua: columnas corintias, composición en base a zócalo, cuerpo y remate, tímpanos con bajorrelieves que representen ilustres personajes, etc. La arquitectura representaba aquello que el ciudadano más o menos culto relacionaba con justicia.
Sin embargo, si seguimos hablando de arquitectura moderna, esto no es honesto, no es verdadero. Los "neos" colocaron a la Historia al centro de sus referentes y se volvieron a ella en busca de soluciones formales. La arquitectura moderna, enérgicamente, rechaza estas actitudes, y se aferra al Zeitgeist (al espíritu de su tiempo) para buscar en él los referentes formales de sus creaciones.
La arquitectura de inicios del siglo XX postula una verdad que no dependa del ornamento o de la decoración para manifestarse. Aboga por una abstracción de las volutas y una liberación de las demás artes con el fin de crear edificios honestos en su esencia de obra arquitectónica. Sin deudas con otras épocas, sin referencias a otros estilos, sin ornamento, sin delito.
Ahora los cines, las agencias bancarias, las cortes de justicia reflejan honestamente las cualidades de los materiales con las que fueron hechas: el cristal permite transparencias e integración interior-exterior; el concreto, geometrías complejas y texturas ricas; el metal, impresionantes estructuras que alardean de su propio poder.
Y el usuario ya no distingue, entre tanta honestidad, dónde comprar sus entradas al cine y dónde cobrar su cheques.