En la actualidad, luego de la proliferación y eventual desgaste de las vanguardias del siglo XX, el arte se encuentra en un período de eclecticismo y omnipresencia en el sentido en que hoy, más que nunca, casi todos los productos son llevados a la categoría de “lo artístico”, mientras que, cada vez son más los artistas que exploran alternativas novedosas en cuanto a materiales, formas y la aplicación de nuevas tecnologías.[1]
En este contexto, hablar de estética implica siempre una revisión de las acepciones del término en si historia y de las nuevas posibilidades que éste nos plantea como herramienta (medio) para el análisis, la comprensión y la valoración de la producción contemporánea.
La estética no es el estudio de un constructo intelectual producto de un proceso racional y consciente, sino que muchas veces ocurre, ya que podemos emitir un juicio estético incluso antes de haber terminado de entender la obra y las motivaciones en su creación.
Este tipo de juicio se manifestará con apreciaciones del tipo “me gusta, no me gusta, es feo, es interesante, es ridículo”. Es así que el juicio del gusto, o del placer, no se constituye en un proceso lógico, sino que se trata de la apreciación subjetiva de ciertas acciones humanas. La estética como disciplina busca ordenar los procesos tras dicha apreciación y producir un sistema – en constante reinvención – que nos permita llevarla al plano de lo consciente, ya que no de lo racional.
La principal característica de la estética de nuestro tiempo, a diferencia de lo ocurrido durante el siglo XVIII e inicios del siglo XIX, e incluso lo enunciado durante el apogeo de la modernidad, es que ya no se puede referir al arte y a la producción artística cualquiera en términos absolutos. Ya no es la rama de la filosofía que se encarga de valorar lo bueno, lo bello y lo verdadero en el arte como categorías absolutas y ya no puede enjuiciar una obra de manera tajante. Nuestro tiempo no nos provee de herramientas o normas para definir categorías estéticas que sean válidas para las manifestaciones artísticas de la historia, ni acepta aquellas que los diferentes períodos históricos nos ofrecen.
Esta realidad ha devenido en un arte y una crítica del arte donde, en apariencia, todo es válido. La severidad del arte académico en donde el término estética comenzó a ser empleado, ha sido reemplazada por una indulgencia que hace sumamente complicado el análisis de lo que la obra nos provoca y su valoración.
En la arquitectura, las proporciones, el orden compositivo – zócalo, cuerpo y remate – la simetría, los ritmos, el equilibrio y otras muchas categorías tradicionalmente identificadas con la coherencia estética han sido hoy reemplazadas por categorías que constituyen una distorsión de las antes mencionadas o incluso, se refieren a lo opuesto: ambigüedad, asimetría, descomposición, sobreposición, yuxtaposición, entre muchas otras.
Si ya no podemos analizar el arte en función a términos absolutos, y los nuevos recursos y manifestaciones de éste hacen imposible el establecimiento de categorías de estudio en base a su forma que no esté condenadas a su propia caducidad, ¿en qué consiste, entonces, el debate estético contemporáneo?
La estética actual se basa en la subjetividad, tanto creadora como de aquel que se encuentra frente a la obra. Las categorías de bello o feo, entonces, se relativizan. Éstas deben ser vistas desde diversos ángulos que no parten de una norma o canon establecido, sino que van a depender de las subjetividades e intersubjetividades de los individuos que crean el objeto y de aquellos que lo perciben.
Los cánones formales han sido reemplazados por las voluntades de crear, representar y comunicar. Creemos que es en éstas que debe centrarse el quehacer de la estética. Sin embargo, las características formales del objeto son indispensables, en cuanto lo configuran y constituyen el lenguaje mediante el cual dicho objeto transmite un determinado mensaje (con o sin el consenso y la voluntad del creador).
Desde una perspectiva práctica, operacional, se enuncia en un primer momento que el análisis de la estética parte de la forma, como un todo y como un conjunto de partes que la constituyen. Dicha forma debe ser entendida y analizada no sólo como forma en sí misma (según las categorías ya mencionadas de proporción, simetría, etc.), sino en función a lo que ésta representa. La forma, dejará entrever las ideas, aspiraciones, sueños, mitos y creencias de quien la concibió. [2]
En un segundo momento, la estética debe ocuparse de la idea tras la creación, y cómo ésta viene representada por la forma previamente analizada. El conjunto de ambos elementos: forma e idea, nos dan la caracterización del objeto.
Existe, además, un tercer elemento fundamental: la llegada que el objeto en cuestión tiene en los demás individuos. Hemos hablado de un mensaje que se transmite, independientemente a la voluntad del creador, a través de la forma, pero no debemos olvidar la decodificación que el receptor hará de dicho mensaje, que podrá coincidir o no con la voluntad creativa que motiva la existencia o las características de de dicho objeto.