domingo, 30 de junio de 2013

Territorios comunes, mirando hacia el hemisferio sur

Publicado en "La Chimenea", N° 7. Mayo 2013.

El león de oro de la última Bienal de Arquitectura de Venecia le fue otorgado a Urban Think Tank (Alfredo Brillembourg y Hubert Klumpner), en colaboración con Justin McBurk y Iwan Baan. Un grupo ecléctico e interdisciplinario que presentó una propuesta que, sin duda, fue polémica. La respuesta a la premisa “Common Ground” (Territorio común) fue un espacio al interior del Pabellón del Arsenal, separado por un muro de ladrillo expuesto, poético en su precariedad, que encerraba un café. Esta intervención, titulada Torre David / Gran Horizonte, 2012, servía de escenario a fotografías, videos y reflexiones en torno al edificio hoy llamado “Torre David”, una ocupación informal de un edificio que había quedado en casco, en uno de los barrios más céntricos de Caracas.


La premiación fue sumamente criticada, entre otras razones, por no tratarse de una producción arquitectónica original del estudio, pero por sobre todo, creo, por lo mucho que incomodó la instalación. En un evento diseñado por arquitectos y para arquitectos, lo último que se quiere ver es esa cruda realidad en la que el ser humano “de a pie” decide ocupar el territorio – natural o artificial – y actuar sobre él sin asesoría de arquitectos o ingenieros. El resultado formal, que se aleja de modo diametral de las soluciones oníricas que los arquitectos estrella buscan producir hoy en día, es aquello que nos gustaría ignorar: precariamente construido, impuro, decorado, colorido, cambiante.

No era, evidentemente, arquitectura de moda.

Sin embargo, es cada vez más frecuente percibir un nuevo enfoque dentro de la arquitectura contemporánea. Pequeños estudios, con pequeñas obras generalmente publicadas en soportes virtuales, empiezan a preguntarse sobre esos incómodos temas que, tradicionalmente, asustan al arquitecto que quiere tener el control sobre su obra: espontaneidad, emergencia, hibridación, crecimiento progresivo, cotidianeidad, escasez de recursos.

Ante los flujos migratorios hacia diversas zonas de Europa y Norte América, algo ha cambiado. Los tradicionales centros de la arquitectura mundial, hacia donde los arquitectos solíamos mirar en busca de referencias, se están viendo a sí mismos rodeados de informalidad, de poblaciones mixtas, de gustos populares y de situaciones en las que la arquitectura como objeto terminado no tiene mayor cabida. De pronto, las situaciones son emergentes y espontáneas, y requieren de una respuesta distinta a la del solitario arquitecto en su tablero.

Esto tiene como consecuencia un fenómeno muy curioso: desde hace algo más de una década, por primera vez en la historia, los tradicionales centros están mirando hacia las periferias para aprender algo de lo que aquí sucede. Dentro de contextos en los que la informalidad y la hibridación han sido una constante, un gran número de arquitectos y teóricos buscan las respuestas a situaciones que les son nuevas y desconcertantes. Eventos y simposios sobre informalidad, charlas de grandes arquitectos, viajes de estudio y grupos de investigación miran hacia el hemisferio sur, ya no necesariamente con una curiosidad antropológica o con una indulgente fascinación, sino con una seria voluntad de aprender de las maneras de hacer arquitectura y ciudad que nosotros desarrollamos desde hace más de medio siglo.

El que los recursos de estas partes del mundo sean buenos o no, el que tengamos soluciones practicables y sustentables o no, no es el tema de discusión. Son, sí, soluciones a las que vale la pena mirar, soluciones que cambian en el tiempo, que entienden, por primera vez, que la arquitectura no es un producto final, sino un constante proceso.

Muchas de las nuevas propuestas se detienen en la imagen exterior del edificio. Proyectos como la casa Kokuban, de Hari Architects (2011), plantean una imagen y unos materiales que podrían haber sido sacados de un barrio informal. Son obras con composiciones volumétricas simples, que aspiran a un lenguaje cotidiano por medio del uso de materiales económicos, utilizados de un modo diverso. A diferencia de la casa de Frank O. Gehry en Santa Mónica (1978-1991), primer referente al uso de materiales banales en una vivienda que no quiere serlo, estas propuestas muchas veces carecen de la originalidad propuesta por el propio material, y muestran soluciones que poco tienen que ver con lo único y lo espectacular.

Otras formulaciones parten de adoptar los procesos, interdisciplinarios y de diálogo y conciliación, dentro de la configuración de espacios. Se trata frecuentemente de programas en los que el arquitecto no es la figura principal o quien dirige las propuestas, sino uno más dentro de un equipo que incluye sociólogos, economistas y, por supuesto, los mismos usuarios y participantes de los proyectos a diseñar. Muchos de estos grupos trabajan en entornos precarios con grupos de poblaciones marginales en los suburbios de las grandes ciudades.

Finalmente hay un tercer grupo de propuestas, que parte de asumir que el usuario de los edificios hace cambios en estos con el paso del tiempo. Proyectos como la Quinta Monroy, de Elemental (2003-2004), buscan ser “completados” con estas intervenciones y se resignan a la idea de no tener control sobre la forma final del edificio e, incluso, que ésta nunca será permanente.

El proyecto ganador de la Bienal no pertenece a ninguna de estas categorías. Parte de una intervención sin arquitectos, en la que se nos cuestiona la esencia misma de nuestra profesión y que responde, de un modo casi literal, a una premisa que nos es complicada: “cuestionar las prioridades que parecen dominar nuestro tiempo, prioridades que se enfocan en lo individual, en el privilegio, en lo espectacular y en lo especial. Estas prioridades parecen pasar por alto lo normal, lo social, lo común. […] Considerar nuestras influencias, preocupaciones y visiones comunes puede ayudarnos a entender mejor la disciplina de la arquitectura y su relación con la sociedad” (Chipperfield, David, 2012).

Los arquitectos no llegamos a un mundo que se nos presenta convenientemente vacío, listo para recibir esas intervenciones singulares y muchas veces espectaculares. Somos parte del territorio común, compartido con gente común y con procesos cotidianos de crecimiento y adecuación a dinámicas siempre cambiantes. ¿Será posible que las tímidas propuestas de la arquitectura contemporánea se conviertan en una tendencia global de diálogo? ¿Hay lugar en nuestras mentes para un arquitecto que deja de ser la voz principal para convertirse en uno más de los agentes participativos? ¿Podremos entender que, a diferencia de lo aprendido en las escuelas, la arquitectura es, efectivamente, un proceso en constante cambio?

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