Frente a la compleja realidad social y cultural limeña, nos centraremos en la producción arquitectónica contemporánea de los asentamientos periféricos. Dichas urbanizaciones son producto, en la mayor parte de los casos, de invasiones ilegales de terrenos públicos o privados que, con el paso del tiempo, se han ido consolidando hasta conseguir el status de distrito.
Las viviendas iniciales, con muros de esteras de paja, estructuras de madera y pisos de tierra, a medida que la situación de sus habitantes mejoraba, han dado paso a construcciones en “material noble” (ladrillo, cemento, concreto armado), dentro de barrios consolidados. Estas nuevas viviendas, locales públicos y establecimientos comerciales, son, en la gran mayoría de casos, producto de la autoconstrucción. Es decir, que su diseño no corresponde a la elaboración de profesional alguno (arquitecto o ingeniero civil), sino que ha sido concebida por sus habitantes y construida, en la mayoría de casos, de manera paulatina y sin licencia municipal.
No se trata de construcciones mínimas, ni pobres, ni carentes de comodidades. La tenencia de terreno y vivienda es una condición de valor sustancial para los nuevos pobladores de la ciudad y las nuevas construcciones se planifican con ilusión y cuidado. Se trata, más allá de un recinto que protege, de un símbolo de pertenencia, de status o de proveniencia. Es una arquitectura que, en su calidad de obra de arte parlante, está cargada de símbolos, ornamento, elementos formales, que representan un conjunto complejo de afectos y aspiraciones de sus habitantes.
La ciudad tradicional, por medio de sus clases dominantes, lejos de asumir esta lectura, toma una postura desdeñosa frente a las nuevas manifestaciones de arte popular-urbano. Como señala Guillermo Nugent, “la crítica ilustrada y aquella de los “establecidos”, han coincidido en la descalificación, tanto moral como política, de la cultura de masas […] porque la considera una insignia, una señal de reconocimiento, de aquellos que “llegaron después” a todo: a la ciudad, a la educación escolar, al prestigio basado en el esfuerzo profesional.” (Nugent, 2001: 481)
Es entonces que, tradicionalmente, persiste una actitud de desprecio frente a dichas manifestaciones culturales, especialmente artísticas. En la actualidad, paralelamente, ha surgido una serie de intelectuales (artistas, periodistas) que adoptan una postura de indulgente fascinación, una suerte de idealización de las manifestaciones “criollas” de mestizaje popular que, lejos de reivindicarlas, parece alejarlas más de la realidad de la ciudad al volverlas objetos de observación, estudio, alabanza, más no de integración. Las “señales” empleadas por quienes realizan esta valoración de las manifestaciones culturales mestizas, es decir, aquello que las diferencia de lo “oficial”, tiene que ver, básicamente, con criterios estéticos. La forma, los colores, las proporciones, son algunas de las características que diferencian la nueva arquitectura periférica de los “cánones oficiales”, a pesar de la voluntad de la primera por amalgamarse con la ciudad a la que pertenece.
Los estudios, promovidos por instituciones tanto públicas como privadas, que tienen como centro las urbanizaciones periféricas en Lima Metropolitana, se han centrado en temas de carácter sociológico o urbanístico. El centro de las preocupaciones está en la resolución de un problema social que afecta al conjunto de la ciudad y en la integración vial y formal de estas áreas al tejido urbano.
En el presente estudio, en cambio, admitiendo la realidad problemática de los nuevos asentamientos humanos periféricos y su adhesión a la capital, analizaremos los aspectos formales y estéticos ligados al significado y al surgimiento de una nueva arquitectura contemporánea, que es, a su vez, una importante manifestación cultural del nuevo habitante de Lima Metropolitana.
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