Partimos de resaltar un hecho indiscutible: en la actualidad existe una distancia entre los gustos de creadores de arte y curadores, y aquellos de los consumidores, es decir, de los ciudadanos comunes que buscan la experiencia estética por medio del arte o de objetos que ellos consideran artísticos. Esta distancia es llamada alienación cultural y, según Peter Lloyd Jones, se debe básicamente a dos factores.
Por un lado está el "cultivo negativo" (negative cultivation), que consiste en "la eliminación de todo simbolismo extraño y la atenuación severa de forma y textura en el ambiente visual" con el fin de permitir a los conocedores el enfocar su atención en aspectos escogidos del evento (p 359). Por ejemplo, pinacotecas cuyas salas de exposición carecen de ornamento o colores resaltantes y utilizan una iluminación cuidadosamente estudiada, con el fin de focalizar la atención del observador en los cuadros expuestos; un otro ejemplo podría ser la cata de vino a ojos vendados, en la que se busca que el catador se centre sólo en las experiencias sensoriales producidas por el líquido.
El problema es que para llegar a apreciar una obra de arte - o un evento cualquiera - con este nivel de intensidad y exclusividad, se requiere, como el mismo autor señala, ser un conocedor (be "in the know") y es aquí donde se produce la separación. Y e que el llegar a ser un conocedor en cualquier área requiere formación, requiere un cultivo de ciertos aspectos personales y un refinamiento al momento de elegir los estímulos que uno quiere percibir. Este proceso de entrenamiento perceptual es largo y toma mucho tiempo. Son pocas las personas que se embarcan en un viaje de estas características y, por lo tanto, serán pocas las personas que puedan apreciar en toda su intensidad este tipo de experiencias.
El consumidor común, aquel que no ha sido cultivado en las sutilezas del evento, dirá simplemente que "no sabe qué le ven" a aquello que está experimentando. Por un lado tiene una obra de arte que no comprende ni aprecia, y por el otro, un ambiente tan privado de "distracciones" que no le llama la atención. En el menor de los casos la situación le producirá indiferencia - y por lo tanto no se dará la experiencia estética - y en el peor, rabia.
El segundo factor tiene que ver con la abstracción a la que apunta el arte contemporáneo. De esta manera "se fuerza la atención hacia la estructura y la composición porque no queda nada más para mirar". Por ejemplo los edificios construidos en la modernidad, apreciables por su simpleza geométrica y el correcto manejo de los sistemas constructivos, pero completamente carentes de ornamento del tipo figurativo (esculturas, pinturas murales, etc).
Frente a la falta de referentes que el consumidor pueda reconocer en la misma obra de arte, y el entorno, privado de otros estímulos y concebido para centrar esa atención, es lógico que se dé esta alienación entre arte contemporánea y consumidores.
¿Entonces qué sucede con el kitsch? ¿Por qué gustan todos esos objetos de producción masiva llenos de colores y elementos figurativos?
Tomemos las ideas de Jones sobre el cultivo de la capacidad de apreciar ciertos eventos. No podemos decir que el consumidor no tenga en sí mismo la capacidad de disfrute; como ha sido señalado, el problema es que ésta no se siente representada por lo que curadores y creadores ofrecen en el mercado del arte y las experiencias artísticas.
El consumidor - es decir, cualquier individuo - pasa toda su vida cultivándose en el apreciar ciertos tipos de eventos. Desde los primeros años de la infancia se le pide que dibuje flores y mariposas, casitas "típicas" con techo a dos aguas y animales domésticos; al crecer es bombardeado con imágenes brillantes en la televisión, las películas y la publicidad. El consumidor, entonces, viene de un largo proceso en el que ha cultivado un cierto gusto por aquellos estímulos que tuvo más a la mano y que, por lo tanto, le son familiares.
Lamentablemente, para aquellos que señalan la dirección en la que deben ir los gustos y las modas, para aquellos productores del arte, cultivados en este refinamiento, estas manifestaciones "pseudo-artísticas" son despreciadas en su simplicidad y adquieren estatus inferior con respecto al arte culta.
Se abren, entonces, dos interrogantes: ¿Son los creadores y curadores quienes deben producir y "traducir" el arte en términos apreciables por los consumidores? o, de manera opuesta, ¿son éstos quienes tienen el deber de cultivar su sensibilidad con el fin de apreciar lo que los primeros les ofrecen?
Referencia:
Peter Lloyd Jones (1987): "Curators, Creators and Consumers" Leonardo Vol 20 No 04, pp 353-360.
Imagen: Lucio Fontana: Concetto Spaciciale
1 comentario:
Entonces la estética, de "cada uno", esa experiencia subjetiva de lo "bonito", aquello que me resulta agradable, aquello que YO aprecio como vailoso, es producto de las identificaciones que me han forjado.
El impase entre creadores y curadores, por un lado y el individuo "común", por otro, podría no ser otra cosa que un problema de orden sociológico o incluso de tipo antropológico: culturas de diferente orden, en la que se repite una dialéctica eterna, la de saber cuál es la mejor.
Los "entendidos" además, si pertenecen a grupos de poder, tenderán a imponer y serán exitosos en el trato despreciativo (no importa cómo se lo racionalice) con "los otros" y todo aquel que no pertenezca al grupo de "nosotros".
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