a) En la cotidianidad se entremezclan sistemas de signos
y señales, a los que se añaden símbolos que no forman
sistemas. Se traducen todos en un sistema parcial y privilegiado
a un tiempo: el lenguaje. El conocimiento critico
de la vida cotidiana se define como una parte importante
de una ciencia que llamaremos semántica general.
b) Llamaremos campo semántico total al conjunto más
amplio de significaciones que el lenguaje (que sólo es una
parte del campo semántico total) se esfuerza en explorar y
busca igualar. El conocimiento de la cotidianidad se sitúa,
pues, en este campo. Sobre él se abren los sectores parciales
que se distinguen (por ejemplo, el señor X... juzga su
profesión aburrida. o decepcionante, o apasionante; por esta
apreciación, motivada o no, coherente o no, entra en el campo global. El matrimonio del señor y la señora Y... es
bueno o malo, un logro o un fracaso, lo que le da un sentido, etc).
c) Contrariamente a lo que piensan algunos "semánticos", la significación no agota el campo semántico; no es
suficiente y no se satisface. No tenemos el derecho de olvidar
lo expresivo en beneficio de lo significativo. No hay
expresión, es cierto, sin signos y significados que se esfuercen en decirla, o sea, en agotarla; pero tampoco hay significado
sin lo expresivo, que ésta, la expresión, traduce fijándalo, trivializándolo. Entre los dos términos existe una
unidad y un conflicto (una dialéctica). El sentido resulta de
esta relación móvil entre la expresión y la significación.
Contrariamente a las señales, los símbolos son oscuros e
inagotables; los signos se desplazan entre la claridad fija
de las señales y la obscuridad fascinante de los símbolos, de
pronto cercanos a la vacía claridad, de pronto más cerca de
la profundidad incierta.
El campo semántico total une (en proporciones variables
según los lugares y momentos) la profundidad simbólica y
la claridad de las señales. Los signos (y especialmente el
lenguaje) permiten decir el sentido.
d) En términos más precisos todavía, las señales que
dirigen imperativamente y no enseñan nada, que se repiten
idénticas a sí mismas, constituyen socialmente una redundancia. Los símbolos siempre aportan sorpresas, novedades,
imprevistos, incluso en su reaparición; sorprenden, tienen
carácter estético. Cuando son demasiado numerosos, demasiado ricos, abruman y se convierten en ininteligibles. Los
signos (o señales y símbolos conjuntamente) tienen un papel
informativo.
e) De esta forma se define ante nosotros el texto social. Éste resulta de la combinación, en proporciones infinitamente variadas, de los aspectos y elementos mencionados
anteriormente. Sobrecargado de símbolos, cesa de ser legible por ser demasiado rico. Reducido a señales, cae en la
trivialidad. Demasiado claro, resulta tedioso (redundante),
reiterativo. Un buen texto social es legible e infonnativo;
sorprende, pero no demasiado; enseña sin agobiar. Se comprende fácilmente, sin exceso de trivialidad.
La riqueza del texto socíal se mide entonces por su variación accesible: por la riqueza de posibilidades que ofrece
a los índividuos (que lo descifran y forman parte de él).
Estas posibílidades exigen opciones, tan numerosas como
aperturas tiene lo posible, pues lo posible y lo imposible van
parejos; hay que escoger, y lo posible no escogido deviene
imposible. De esta forma, la gran ciudad ofrece opciones
más numerosas que la pequeña ciudad o el pueblo, es lo que
llamamos sus "seducciones", sus "tentaciones", sus "llamadas", se trate de bienes que ambicionar, de oficios que aprender, de amigos que frecuentar, de amores que conquistar.
La opción y la duda de escoger acompañan la multiplicidad
de los posibles que se leen en el texto social. De ahí, la inquietud inherente a la cotidianidad más rica, inquietud proporcionada
a las solicitaciones multiplicadas y a las exigencias
de la decisión que compromete, realiza un posible, e
impide volverse atrás."
Lefebvre, Henri (1978 [1971]) De lo rural a lo urbano. Barcelona: Ediciones Península. pp 90-92.