miércoles, 15 de julio de 2009

La intoxicación de la modernidad (Celeste Olalquiaga)

El arte de coleccionar.

"Mientras las colecciones tremendamente costosas de siglos anteriores basaban su prestigio en la exclusividad, el tipo de colección que tomó forma durante el siglo XIX incorporaba el fenómeno moderno de la repetición. Este tiene que ver en parte con la novedad del propio proceso de producción en masa […] (que) hacía de la novedad - como opuesta a la herencia, a lo recibido - un artículo de primera importancia. En lugar de ser rechazados, los aspectos seriales y mecánicos de la cultura industrial fueron valorados como signos de un espíritu moderno y cosmopolita que trocaba antigüedad y autenticidad por novedad y cantidad." (P. 16)

Autenticidad y singularidad

"Directamente relacionado con la noción simbólica de esencia, el principio subyacente de la autenticidad consiste en que solamente un objeto primario puede comunicar su significado de forma inmaculada e irrevocable, quedando esto distorsionado o perdido en la reproducción del objeto. Carentes de esencia original, las copias son de inmediato devaluadas como imitaciones superficiales, mientras el objeto auténtico incrementa todavía más su prestigio gracias al contraste de su exclusividad. […] la proliferación de copias incrementa, sin proponérselo, el valor de la inmediatez y de la originalidad.
[…]
La singularidad sugiere una distinción supuestamente valiosa. Y, más importante aún, la singularidad no es algo intrínseco a un objeto, sino que tiene lugar más bien en la interacción histórica entre el sujeto y la experiencia. Teniendo esto en cuenta, puede resultar más apropiado asociarla con el valor de uso que con la autenticidad. La singularidad ocurre cuando los objetos son personalizados en la privacidad del universo específico de una persona, ya se un álbum, una habitación o cualquier espacio articulado individualmente. La selección y la organización permiten a los coleccionistas establecer una relación particular con sus objetos: independientemente de cuán ordinario sea un objeto, siempre puede ser rescatado de su aparente trivialidad al ser investido de un significado personal, ese inefable "valor sentimental que puede hacerlo superior en estima a los objetos más valiosos." (P. 17)

"Los productos de masa, en su paradójica resistencia y glorificación de una noción total de autentiidad, son despreciados críticamente como su versión degradada, es decir, kitsch." (P. 18)

Celeste Olalquiaga (2007): El reino artificial. Sobre la experiencia kitsch. Gustavo Gili, Barcelona.


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