Como muchas ciudades latinoamericanas, en Lima conviven una serie de grupos sociales de distintas proveniencias e historias. A casi 200 años de la independencia de España, en el Perú muchos de los patrones sociales y de las costumbres de los habitantes, no sólo en la capital, sino en todo el país, son herencia del período colonial.
Dentro de las relaciones sociales en Lima, la raza, el apellido, los ingresos y el lugar de origen son elementos significativos, que pueden influir en todos los aspectos de la vida diaria. Tradicionalmente se podía distinguir una clase dominante, minoritaria, formada por los criollos (descendientes de españoles, nacidos en el Perú) y de otros inmigrantes, especialmente europeos; por otro lado estaba la gran masa que constituía la clase “trabajadora”, conformada por la población indígena y diversos grupos migratorios (africanos, asiáticos) que vinieron al Perú como mano de obra económica.
Este rígido esquema se ha ido transformando desde la segunda década del siglo XX, cuando, ya sea por las migraciones internas, los movimientos obreros o la crisis política y económica, el movimiento social se convirtió en una constante.
En la actualidad, la sociedad limeña es plural: presenta muchas caras diversas, muchas veces enfrentadas. Esta realidad es palpable en todas las esferas, tanto públicas como privadas, en las que una serie de “nuevos” elementos mestizos ocupan cada vez un lugar mayor. Sin embargo los prejuicios, manifestados por la hegemonía aún existente en las clases altas tradicionales, tienden a continuar desconfiando de las manifestaciones producto de los nuevos pobladores de la ciudad.
Existe, entonces, un doble discurso: las clases que tradicionalmente se identifican con los estratos socio-económico altos, por un lado, y las clases “populares” por otro. Mientras los primeros, capitalizando la mayor parte de recursos educativos y culturales, dictan un canon de comportamiento con valor oficial, los segundos van ocupando un lugar cada vez mayor dentro de la vida de la ciudad.
En la arquitectura ésta situación se hace evidente al entender a Lima como una ciudad en la que, en los centros tradicionales, se mantiene una sociedad que hace constante referencia al arte y a la cultura “oficial”, muchas veces importada de Europa o Estados Unidos. Paralelamente, la ciudad va creciendo en torno a estos centros, de manera espontánea y desordenada. En estos nuevos asentamientos humanos, que empiezan como invasiones, se convierten en pueblos jóvenes y poco a poco se van consolidando como distritos, se desarrolla una identidad propia, mezcla de los orígenes andinos y amazónicos de los pobladores y sus intentos de “modernización” al llegar a la ciudad. Dicha identidad, que se manifiesta en el comportamiento, las actividades económicas, el arte y, evidentemente, la arquitectura, ha sido frecuentemente despreciada por las clases tradicionales.
Huachafo es el término tajante que relega las nuevas manifestaciones (mestizas) al campo de lo risible, de lo ingenuo, de lo kitsch, de lo contaminado… de aquello que, según los cánones oficiales, no es correcto y no pertenece.
Dentro de las relaciones sociales en Lima, la raza, el apellido, los ingresos y el lugar de origen son elementos significativos, que pueden influir en todos los aspectos de la vida diaria. Tradicionalmente se podía distinguir una clase dominante, minoritaria, formada por los criollos (descendientes de españoles, nacidos en el Perú) y de otros inmigrantes, especialmente europeos; por otro lado estaba la gran masa que constituía la clase “trabajadora”, conformada por la población indígena y diversos grupos migratorios (africanos, asiáticos) que vinieron al Perú como mano de obra económica.
Este rígido esquema se ha ido transformando desde la segunda década del siglo XX, cuando, ya sea por las migraciones internas, los movimientos obreros o la crisis política y económica, el movimiento social se convirtió en una constante.
En la actualidad, la sociedad limeña es plural: presenta muchas caras diversas, muchas veces enfrentadas. Esta realidad es palpable en todas las esferas, tanto públicas como privadas, en las que una serie de “nuevos” elementos mestizos ocupan cada vez un lugar mayor. Sin embargo los prejuicios, manifestados por la hegemonía aún existente en las clases altas tradicionales, tienden a continuar desconfiando de las manifestaciones producto de los nuevos pobladores de la ciudad.
Existe, entonces, un doble discurso: las clases que tradicionalmente se identifican con los estratos socio-económico altos, por un lado, y las clases “populares” por otro. Mientras los primeros, capitalizando la mayor parte de recursos educativos y culturales, dictan un canon de comportamiento con valor oficial, los segundos van ocupando un lugar cada vez mayor dentro de la vida de la ciudad.
En la arquitectura ésta situación se hace evidente al entender a Lima como una ciudad en la que, en los centros tradicionales, se mantiene una sociedad que hace constante referencia al arte y a la cultura “oficial”, muchas veces importada de Europa o Estados Unidos. Paralelamente, la ciudad va creciendo en torno a estos centros, de manera espontánea y desordenada. En estos nuevos asentamientos humanos, que empiezan como invasiones, se convierten en pueblos jóvenes y poco a poco se van consolidando como distritos, se desarrolla una identidad propia, mezcla de los orígenes andinos y amazónicos de los pobladores y sus intentos de “modernización” al llegar a la ciudad. Dicha identidad, que se manifiesta en el comportamiento, las actividades económicas, el arte y, evidentemente, la arquitectura, ha sido frecuentemente despreciada por las clases tradicionales.
Huachafo es el término tajante que relega las nuevas manifestaciones (mestizas) al campo de lo risible, de lo ingenuo, de lo kitsch, de lo contaminado… de aquello que, según los cánones oficiales, no es correcto y no pertenece.
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