"La connotación peyorativa (del término huachafo), por otro lado, se fue entretejiendo de otra más benévola, y no exenta de malicia. Se veía en la huachafa, además del mal gusto, una cierta ingenuidad, al par que una fundamenta alegría y desenfado. Esa resonancia era casi afectuosa tratándose de muchas solteras y agraciadas. Tener por ahí una huachafita, más o menos encubierta, era para un mozo de sociedad etapa obligada, deleitoso aprendizaje. Ese nimbo se desvanecía, en cambio, si se trataba de mujeres casadas, animadas por una voluntad ya más sistemática de ascenso. Ya la calificación se hacía especialmente malévola si las víctimas eran esposas de diputados, de coroneles, de nuevos ricos.
Han transcurrido los años. El campo se vuelca cada vez más a la ciudad. Los limeños genuinos son reducida minoría en la capital. Y la emergencia de grupos medios con cierta cultura - profesionales, intelectuales, artistas, técnicos calificados -, y la difusión masiva facilitada por la televisión y los periódicos, determinan una extensión correlativa de usos, vocablos, hábitos y distintivos que antes eran de unos pocos. Acontece también que el formalismo que imperaba en las costumbres de otras décadas, ha cedido ahora antes formas mucho más fluidas, laxas e incluso cambiantes. ¿Cómo podría conservarse entonces, y tener la misma vigencia, el criterio de lo "huachafo"?
Más aún, lo huachafo tenía que ver con singularidades fácilmente detectables en un medio conocido y homogéneo. Había un consenso, por así decir, en la identificación inmediata del fenómeno. Ahora, con cientos de miles de ambulantes, con innumerables barriadas, con el crecimiento masivo de los grupos medios - y su actual y masivo empobrecimiento -, y en una ciudad que es ya una urbe, la aplicación de esa palabra resulta inadecuada, y , en todo caso, fuera de época. Tiene lugar, pues, en este sentido, un ocaso de lo huachafo.
No desaparecen, por cierto, las contradicciones y estridencias en el uso de palabras y vestidos. El mal gusto es fenómeno de todas las épocas. No han desaparecido las ambiciones emergentes de los grupos de menores recursos. No, desde luego. Sucede más bien que hoy son otras las armas de que se vale la élite, y quienes ingresan a ella, para defender el cerrado círculo de sus intereses y privilegios."
Han transcurrido los años. El campo se vuelca cada vez más a la ciudad. Los limeños genuinos son reducida minoría en la capital. Y la emergencia de grupos medios con cierta cultura - profesionales, intelectuales, artistas, técnicos calificados -, y la difusión masiva facilitada por la televisión y los periódicos, determinan una extensión correlativa de usos, vocablos, hábitos y distintivos que antes eran de unos pocos. Acontece también que el formalismo que imperaba en las costumbres de otras décadas, ha cedido ahora antes formas mucho más fluidas, laxas e incluso cambiantes. ¿Cómo podría conservarse entonces, y tener la misma vigencia, el criterio de lo "huachafo"?
Más aún, lo huachafo tenía que ver con singularidades fácilmente detectables en un medio conocido y homogéneo. Había un consenso, por así decir, en la identificación inmediata del fenómeno. Ahora, con cientos de miles de ambulantes, con innumerables barriadas, con el crecimiento masivo de los grupos medios - y su actual y masivo empobrecimiento -, y en una ciudad que es ya una urbe, la aplicación de esa palabra resulta inadecuada, y , en todo caso, fuera de época. Tiene lugar, pues, en este sentido, un ocaso de lo huachafo.
No desaparecen, por cierto, las contradicciones y estridencias en el uso de palabras y vestidos. El mal gusto es fenómeno de todas las épocas. No han desaparecido las ambiciones emergentes de los grupos de menores recursos. No, desde luego. Sucede más bien que hoy son otras las armas de que se vale la élite, y quienes ingresan a ella, para defender el cerrado círculo de sus intereses y privilegios."
Edgardo Rivera Martínez
Correo, 14/01/1979.
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