lunes, 28 de marzo de 2011

Gusto (II)


... Desde el punto de vista sociológico, el gusto consiste en el “conjunto expresivo de maneras de ser y de tener, de parecer y de poseer, de aparecer y de comportarse, de todo aquello que puede ser indicativo, de algún modo, de una situación determinada de prestigio o de honra social. […] el gusto evidenciaría la posesión de una serie articulada de indicadores sociales, reveladores de un modo peculiar de posicionarse en la sociedad y que, por ende, insta a sus portadores a que actúen guiados por representaciones señalizadoras de una identidad individual y colectiva que se manifiesta en el plano personal y en el de los grupos de referencia.” (Altamirano 2002, 111)

Con la interacción de los individuos con diferentes grupos sociales, “el gusto se va metamorfoseando en proyecciones antagónicas de identidad, o bien va siendo apreciado y valorizado por ‘iguales’ como síntoma de equilibrio, ingenio y arte – el llamado ‘buen gusto’, le propio ‘ser’ o ‘esencia’ de una determinada forma de existencia social –, o rebajado y despreciado por los outsiders como pretencioso, ordinario, emergente, o reducido por calificativos que buscan asociar el llamado ‘mal gusto’ con portadores ejemplares de una pretensión social denunciada como arribista, exagerada, carente de tradición o de privilegios de antigua ciudadanía en el dominio de las luchas sociales por la conquista del status.” (Altamirano 2002, 112)

Sarita Colonia
(arturovasquez.files.wordpress.com)
Es importante, finalmente, manifestar el rechazo a la popular frase de gustibus non est disputandum. “'Todo es cuestión de gustos', dicen los hombres, y piensan que ésta es la manera de terminar una discusión y, al mismo tiempo, de asegurar cualquier validez que puedan desde sus propias idiosincracias. Está claro que nadie realmente cree en la máxima Latina: es precisamente sobre las cuestiones de gustos que los hombres están mas dispuestos a discutir.” (Scruton, The Aesthetics of Architecture 1979, 104)

El debate sobre el gusto debe ir más allá de los aspectos subjetivos manifiestos en la expresión de una preferencia personal. Éste, en realidad, debería ocuparse de los mecanismos y las razones que producen determinado gusto, de modo tal que el análisis y el debate no se dan tomando como base y objeto a la opinión o a la conclusión del sujeto frente al objeto, sino a las fuentes y a los procesos de donde viene dicho gusto.

Esta perspectiva otorga a cada gusto un valor equivalente, o dicho en otros términos, no reconoce que determinados gustos sean superiores a otros. Sin embargo esto no quiere decir que toda experiencia artística o cultural sea de la misma calidad. El gusto se ocupa de das Ding für mich; no se refiere a un objeto real sino a la percepción que tenemos del mismo y a cómo esta percepción es procesada por nuestras propias vivencias. Das ding an sich es un concepto que sí tiene que ver con la realidad del objeto, que evidentemente puede y debe ser juzgado y valorado en función a criterios mucho más amplios y generales que el simple gusto. Es así que podemos gustar de una imagen cuya calidad artística sea cuestionable, ya sea por el mal uso de sus proporciones, por lo inadecuado del tema representado o por las técnicas utilizadas. Del mismo modo, en arquitectura, podemos valorar mucho la casa de nuestra infancia, sin tomar en consideración errores compositivos en la volumetría o fricciones funcionales al interior.

Bibliografía

Altamirano, Carlos. Términos críticos de la sociología de la cultura. Buenos Aires: Paidós, 2002.
Scruton, Roger. The Aesthetics of Architecture. London: Methuen & Co., 1979.

domingo, 27 de marzo de 2011

Gusto (I)

Gusto es el término que indica uno de los aspectos centrales de la estética: la preferencia y la consiguiente valoración o juicio de un objeto, en base a la reacción que éste produce en el sujeto que lo experimenta y a sus conocimientos y capacidades. Desde un punto de vista más sociológico, no nos quedaremos solamente con el individuo, sino que señalaremos que “el gusto tiene que ver con las preferencias de una determinada categoría social en los diferentes dominios del consumo y de la expresión simbólica: habitación y decoración, vestuario, comidas, deportes y ocio, actividades culturales, etcétera.” (Altamirano 2002, 112). Tiene que ver no sólo con la selección de un objeto o experiencia sobre otro, sino con el proceso que lleva a tal selección y con las razones detrás de ésta.

Quino
En la consolidación del gusto personal o colectivo intervienen una serie de variables contextuales. El gusto, en primer lugar, es producto del momento histórico de la persona que lo esgrime. Está, además, ligado a factores geográficos y socio-culturales, al nivel educativo y, por supuesto, a la pertenencia a un grupo de terminado, frente a la diferenciación con respecto a otros grupos y sus diferencias.

Para muchos autores, el gusto implica el haber pasado por una suerte de entrenamiento que provee al individuo de las herramientas necesarias para la apreciación del arte. Partiendo de esta premisa, entonces, no todos los individuos serían poseedores de gusto, o, como ha sido muchas veces llamado, “buen gusto”. Autores como Roger Scruton señalan, desde esta perspectiva, que el gusto es, en primer lugar, racional, y en segundo lugar, susceptible de ser cambiado a través de la educación (Scruton, The Aesthetics of Architecture 1979, 105).

Estamos de acuerdo con la segunda premisa. Efectivamente, las preferencias pueden cambiar a medida que el sujeto adquiere nuevas experiencias y conocimientos, de manera tal que incluso el gusto cambiaría. Es así que son posibles los gustos adquiridos, por ejemplo. Sin embargo, si partimos, como señalamos con anterioridad, que la experiencia estética es un fenómeno automático de relación subjetiva (y afectiva) entre sujeto y objeto, no podemos estar de acuerdo con la primera premisa.

Partimos del supuesto que todo individuo posee la facultad de gusto, es decir, que puede manifestar sus preferencias por ciertos objetos o experiencias sobre otros. Por lo tanto, no creemos que exista algo como “buen gusto” a ser diferenciado de un “mal gusto”. Sobre este tema se profundizará en los capítulos siguientes, pero empezaremos diciendo que el comúnmente llamado “buen gusto” no es sino el gusto aprobado y acreditado por una cierta élite intelectual y cultural, investida con el poder real o imaginario de establecer juicios categóricos. El “mal gusto”, dentro de este esquema, sería todo aquello que se opone a los gustos de dicha élite. Sostenemos, en cambio, que los diferentes gustos existentes tienen que ver más con la manifestación de historias e influencias diversas y que, por lo tanto, ciertas preferencias no pueden ser juzgadas en función a si son mejores que otras.

El gusto tiene una relación directa con la experiencia estética en cualquiera de sus manifestaciones; podríamos incluso decir que la experiencia estética es la puesta en práctica de un determinado gusto. Es por eso que nos apoyamos en la naturaleza espontánea de dicha experiencia, porque es en ésta cuando las verdaderas motivaciones y las verdaderas preferencias de los individuos – aquellas que aún no han sido educadas o entrenadas – se manifiestan. Por lo tanto, en el libre ejercicio del gusto es que podemos encontrar al verdadero individuo en función a su relación con los objetos y las experiencias.


Fragmento de la tesis doctoral "Estética (del huachafo) en la arquitectura contemporánea en Lima."

Bibliografía

Altamirano, Carlos. Términos críticos de la sociología de la cultura. Buenos Aires: Paidós, 2002.
Scruton, Roger. The Aesthetics of Architecture. London: Methuen & Co., 1979.

sábado, 12 de marzo de 2011

Contribución al estudio de la huachafería en al arte II (Héctor Velarde)

Ver inicio

"Los genios pueden ser huachafos, como los es a veces la naturaleza. Shakespeare puede permitirse huachaferías como se permite Dios la creación de la chupa-jeringa, del pavo real y del perrito faldero, esencialmente huachafos. El genio de Rubén Darío es peligrosísimo a este respecto. Imitarlo es caer fatalmente en una huachafería. Hay flores y paisajes huachafos, pero éstos están en el orden cósmico de las cosas. Son dignos del mayor respeto. En este caso, el fondo es constante y está más allá de nuestra crítica.

La música y la arquitectura, que están más cerca de la armonía universal que del sentimentalismo humano, sólo son huachafos cuando insisten en expresar únicamente este sentimentalismo. En este caso el fondo, que no puede perecer, porque es ordenación pura de tiempo o de espacio, resulta como olvidado por la presencia de todos los atributos y formas aisladas del amor fácil y voluptuoso, del dulce recuerdo, del suspiro, de la coquetería y del dengue. En arquitectura aparecen las guirnaldas con lacitos, ninfas púdicas con el dedito en la boca, palomitas besándose, conchitas, florecillas y angelitos volando. En la música aparecen ritmos cadenciosos (generalmente de vals) con trinos, perlados y desmayos. El orden, en el fondo, permanece inalterable. Lo que hace la huachafería es la ornamentación libre, la forma suelta, el sentimentalismo meloso o patético que se aplica y cubre la estructura.

El columpio - Jean-Honoré Fragonard (1767)
En la pintura, en la escultura, la huachafería implica una compenetración y dominio íntimo de la forma sobre el fondo. Aquí la expresión humana es directa. El tema es siempre concreto y su interpretación no admite dudas. Ya no se trata tan sólo del color, la línea, la superficie o el volumen, sino de gestos y posturas definidas que llegan a hacernos sonreír con cierta pena. La forma, en este caso, se apoya sobre el fondo para superarlo con insistencia, desea acentuarlo, hacerlo perdurar eternamente por medio de mil recursos hasta que termina aniquilándolo. Si, por ejemplo, para expresar la poesía de las violetas se hace toda una alegoría de niñas vestidas de tules morados formando un bouquet y con dos faunillos a cada lado que desean cogerlas, las violetas han desaparecido y la huachafería ha triunfado.

En la vida, la huachafería es de composición elemental.

Nada primitivo es huachafo: los salvajes, los rusos, los niños.

Los niños aparecen huachafos cuando se presentan como gente mayor. Un niño de seis años con sarita y bastón es huachafosísimo. Una niñita recitando versos de amor es horrible. Da risa y lástima. La forma no sólo ha superado al fondo, sino que el fondo se convierte en miseria.

Una mujer bonita es huachafa si da saltitos, pega de grititos, se pone listones y dice tonterías para hacer resaltar su belleza. La forma se come al fondo.

Un hombre de talento es huachafo si le da por aumentarlo con el gesto importante y el discurso entonado y hueco. El fondo queda ridículo junto a la forma.

Las mujeres feas y los hombres corrientes son huachafos cuando desean lucir su vacío a fuerza de falta de naturalidad, de pulcritud, de palabritas rebuscadas, de colorcitos en el traje, de prendedores, sortijas y lamiditos de labios. Estos son los más excusables. La forma para ellos es una defensa, un biombo con el que pretenden adquirir el interés que les falta.

La huachafería se encuentra siempre al final de una evolución, ya lo hemos dicho: es un matiz risible, de perduración vana y enternecedora ante lo ya pasado y establecido.

Ese matiz fue posterior a Aristóteles."

Velarde, Héctor. "Contribución al estudio de la huachafería en el arte." In Obras completas (II), by Héctor Velarde, 393-196. Lima: Francisco Moncloa Editores, 1966.

domingo, 6 de marzo de 2011

Contribución al estudio de la huachafería en al arte I (Héctor Velarde)

"Huachafería es peruanismo.

Aristóteles, que sabía mucho, dijo algo bastante cómodo y que hasta ahora se emplea. Dijo que todo tiene fondo y forma; que la serenidad se establece cuando el fondo y la forma coinciden, se equilibran o igualan; que el dolor surge cuando el fondo domina y desborda a la forma yq eu lo cómico estalla cuando la forma supera al fondo hasta quedar suelta y a solas. Esto último está de acuerdo con Bergson: 'Una cosa es ridícula porque lo mecánico se ha aplicado a la vida'. Bergson ha tecnificado a Aristóteles. Hoy la forma es la mecánica y el fondo es la vida.

Tratemos ahora de saber que hubiera pensado Aristóteles de la huachafería. ¿Cómo actúa el fondo y cómo aparece la forma en esta expresión abundante, enternecedora y dulcete del espíritu humano?

Veámoslo.

Cuando la huachafería asoma, se observa ante todo un desequilibrio, se nota falta de estabilidad y reposo, la serenidad desaparece, el fondo y la forma no coinciden. Estamos, según Aristóteles, en el dolor o en lo ridículo. Si la huachafería estuviera únicamente en el dolor, el fondo estaría por encima de la forma y la huachafería está, por consiguiente, según Aristóteles, en la categoría de lo ridículo. Esto ya lo sabemos sin necesidad de Aristóteles, pero comprendemos que hay algo más que Aristóteles no podía percibir en su época, en que Grecia estaba aún muy armoniosa.

Estamos de acuerdo en que la huachafería es helénicamente cómica, pero eso no basta. Eso la ubica pero no la define. Es lo risible de la huachafería siempre hay algo de miseria que nos conmueve. Cuando la forma no llega a superar al fondo íntegramente, se rompe el equilibrio, vamos a lo cómico, pero no se produce la independencia de la forma que anula el dolor. La huachafería permanece lejana pero ligada al fondo; por eso hay en ella suspiros y melancolía. Este matiz en el camino que parte de la armonía para aproximarse al disparate, que sale de la unidad a la casi descomposición, se observa en el arte y en la vida con mayor claridad, gracias a Aristóteles y a lo que acabamos de exponer.

Las épocas de decadencia en la historia se producen cuando el fondo de las culturas principia a ser superado por las formas civilizadores, cuando la quietud de lo clásico comienza a perder su natural reposo para convertirse en etiqueta, academia y protocolo. La sensibilidad patética o melosa es lo que queda después de las grandes épocas de equilibrio, después del drama y la contemplación. La huachafería de Pérgamo y de Alejandría es evidente. El fin del Imperio Romano es dolorosamente huachafo. El barroco italiano es bellamente huachafo. El rococó francés es deliciosamente huachafo. El arte de 1900, el 'art nouveau', ha sido nauseabundamente huachafo. La forma trata de llenar el fondo ya perforado de esas épocas. Es el fin de un proceso. En la huachafería no se puede negar que hay una mezcla profunda de ingenio, poesía y mál gusto."

Continuará...


Velarde, Héctor. "Contribución al estudio de la huachafería en el arte." In Obras completas (II), by Héctor Velarde, 393-196. Lima: Francisco Moncloa Editores, 1966.

miércoles, 2 de marzo de 2011

El mercado arquitectónico del querer (pertene)ser

"No será sino hasta mediados del siglo XX, por razones económicas y culturales que van a la par con las migraciones internas y el crecimiento de las ciudades, que la movilidad social se vuelve una constante y las fronteras entre los grupos son cada vez más tenues. Las categorías de raza y procedencia pierden importancia –aunque no llegan a desaparecer del todo– y durante las últimas décadas surge una estratificación muy sutil, pero no por ello menos poderosa, basada en un capital cultural sumamente plural.

Frente a las clases tradicionales, a las que pertenecen familias arraigadas en un status socio-cultural casi histórico, y grupos identificados con las clases bajas, que desempeñan oficios y corresponden a una clase “al servicio”, surge un nuevo ser urbano. Este nuevo poblador de la ciudad debe distinguir, y distinguirse, en la identificación de un amplio conjunto de valores en los que la cultura popular moderna se combina con tradiciones andinas, y donde la educación y el poder económico compiten por convertirse en las credenciales de pertenencia a las clases elevadas. Las clases tradicionales, entonces –sean estas altas o bajas– han ido perdiendo vigencia para dar paso a un mestizaje cultural rico en elementos significantes, pero al mismo tiempo generador de dinámicas de confrontación en todas las esferas, incluida, naturalmente, la de la producción artística y arquitectónica."


Artículo pubicado en Arquitextos, no. 25.
Facultad de Arquitectura y Urbanismo. Universidad Ricardo Palma, Lima.
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